Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

martes, 19 de abril de 2011

El Castillo de Belmonte



Hemos vuelto al castillo de Belmonte, casi diez años después. Recordamos de entonces el vértigo del camino de ronda en la vertiente del patio de armas, la oscuridad de las estancias y los paramentos de un color indefinido. Conservamos la fotografía de una de nuestras sobrinas, muy niña, sobre uno de los bancos adosados a las ventanas del piso superior. Era y es un castillo bien conservado, donde la ruina llevaba decenios ausente o quizás nunca había conciliado la hiedra sobre las piedras que circundaban una planta relativamente sencilla, de un par de crujías conservadas y cortina de cierre en la que se incluye una completa y achatada torre del homenaje.

A finales de 2010 se reabrió al público tras años de rehabilitación, según reza la placa clavada bajo el soportal del patio. Según esta, el Excmo. Ayuntamiento realizó los trabajos con la colaboración de los ministerios de Fomento y Cultura, la Junta de Comunidades de Castilla- La Mancha y la Casa Ducal de Peñaranda. En el audiovisual que se exhibe al inicio de la visita se menciona explícitamente que el resultado ha sido posible gracias a un acuerdo de colaboración entre las entidades mencionadas y familia propietaria, dos de cuyos miembros exponen, de forma concisa y meridiana, el proceso de rehabilitación del castillo. Abundamos en este aspecto, quizás por poco usual, pero ciertamente imprescindible en una intervención como esta, donde el papel de la familia seguramente ha sido determinante. Quizás estamos demasiado acostumbrados a la actuación de las administraciones – que con dinero público – en muchas ocasiones encarecen los procesos de obra y en bastantes otras acaban por abandonar a su suerte a los edificios restaurados, a base de nulo mantenimiento y escasa innovación en contenidos de una pretendida industria cultural, que no deja de ser un método de mantener unos puestos de trabajo clientelares y escasamente cualificados.

Naturalmente es encomiable la labor realizada y que podamos admirar el resultado, aún muy reciente y que deseamos tenga larga continuidad en el tiempo. Quizás quede rodar más las áreas de acogida y cafetería, con su solitaria armadura a la puerta, quizás fuera de contexto y que nos recuerda la “estética hostelera” de la que hablaremos en otra entrega. Sin embargo impecables las señales que conducen la visita y el audiovisual -. que se proyecta sobre la parte alta de la puerta de entrada a la planta baja de una de las crujías – en un audaz montaje de tres proyectores, que consiguen un formato panorámico muy apropiado para este tipo de audiovisual. Nos recuerda en cierta medida el que se exhibía al menos hace unos cuantos años en el “Centro de Interpretación” (horrible definición que habría que sustituir más pronto que tarde) de la Valltorta en Castellón. Aquél, mediante varios proyectores de clásicas diapositivas, ofrecía unos efectos visuales ciertamente bien logrados. En este caso, en el castillo de Belmonte, se muestran unos ajustados y concisos textos – con el bien medido recurso de la dramatización de dos de las principales protagonistas que albergaron los muros de la fortaleza – Doña Juana la Beltraneja y la Emperatriz Doña Eugenia de Montijo. En definitiva buenas imágenes bien narradas sin el hartazgo contemporáneo de los recursos digitales que tan mal van a envejecer.

Dos notas mas en este aspecto. Acertada la presencia de las audioguías, aunque no hemos tenido ocasión de escuchar, pues encomiamos la decisión de permitir la toma de fotografías en el interior (naturalmente sin flash ni trípode) y dado el tiempo tasado de la visita hemos optado en esta fotografiar y no escuchar la narración de la audioguía. En este caso el tiempo queda bajo la batuta de nuestro amigo Jorge Jiménez Esteban, director del visita organizada por la Asociación de Amigos de los Castillos, pues les acompañamos por la tarde al Castillo de Almenara, también señorial aunque sin conservación durante quizás tres siglos. Jorge, sin duda, es la persona que más experiencia tiene en viajes de carácter cultural, habiendo dirigido centenares de ellos a decenas de castillos, monasterios y conjuntos históricos.

El edificio se nos muestra impecable en la fábrica de ladrillo de las dos fachadas conservadas en el patio y completo en los paramentos exteriores – de almenado ciertamente historicista – y la torre del homenaje que se halla junto a la puerta de ingreso al segundo recinto. Otra de las características de este conjunto es la muralla urbana que arranca de la intersección de los paramentos noreste – sureste y noroeste – suroeste respectivamente. Esta muralla se acaba diluyendo en el caserío blanco que se extiende a los pies de la fortaleza, aunque se conservan un par de puertas bastante interesantes. Por otra parte, el pulcro interior presenta una escalera “muy XIX” situada en el extremo de una de las crujías divida longitudinalmente por un muro de carga atravesado por huecos realzados por jambas y dinteles de notable cantería. En el lado recayente al patio la estancia aparece diáfana y comunica con la crujía contigua, de la misma disposición que la descrita. En las esquinas se accede al interior de los torreones y la mitad de la crujía que da al exterior (hacia el casco urbano) aparece dividida en una serie de estancias en la más cercana a la escalera. En la planta primera se han recreado diversas habitaciones bajomedievales, bastante acertadas, mientras que en la segunda, se escenifican las estancias a modo del siglo XIX, cuales debieron ser las de emperatriz de Francia. La crujía más alejada de la escalera presentan las estancias exteriores diáfanas, en un magnífico salón de ventanas afiligranadas y soberbia armadura en la primera. También hemos observado una de las estancias con una “instalación” de arte contemporáneo.

En suma, un castillo que había llegado prácticamente completo, o reintegrado en algunos de sus paramentos, a finales del siglo XX y que ahora tras unos años de rehabilitación integral, se muestra en todo su esplendor bajomedieval, con adecuada escenografía y elementos edilicios que nos llevan de la mano hasta el mismo siglo XIX, en una poco habitual unión de dos épocas bastante alejadas cronológica y estéticamente. Iniciativas como la presente nos reafirman que la adaptación indiscriminada de “contenedores históricos” para otros usos para los que fueron concebidos acaban desvirtuando y destruyendo el edificio. La Universidad de Santa Catalina de Burgo de Osma es solo un ejemplo de este “estilo hostelero” de paredes sin enlucir, techos plagados de halógenos y pavimentos generalmente de ladrillo o caliza de la peor calidad. En suma edificios destruidos de los que se mantiene apenas una cáscara para conservar el sello de “patrimonio histórico”. En esta línea, que acertado el mantenimiento de los paramentos revocados en todas las estancias del Castillo de Belmonte y nunca seremos conscientes del daño que han hecho las alcotanas al reventar los enlucidos seculares de tantos y tantos edificios hoy convertidos en simples y vulgares “naves industriales ilustradas”.

miércoles, 13 de abril de 2011

Burgos

Hemos estado otra vez en Burgos. La verdad es que habíamos pasado varias veces en los últimos años, e incluso habíamos intentado comer en un renombrado restaurante de las afueras de la ciudad, con desastrosa atención y retirada a tiempo, aunque hambrientos. El remedio fue un pequeño barecito en la carretera de Aguilar de Campoo, donde entre cecina y morcilla, volvimos a la vida.
Pero ahora ha sido diferente. Para empezar la catedral ya no es negra, sino ocre blanquecina y parece mas pequeña, aunque la filigrana de piedra permanece incólume. No obstante el “Plan Director” también ha aterrizado en la sede episcopal, dividiendo claramente las áreas de turismo y culto, siendo la entrada de la primera de un precio asequible y el espacio de la segunda acorde con las dimensiones totales de la Seo. Que lejos de la Catedral Primada, que tan desagradablemente nos sorprendió hace algún tiempo - megafonía incluída en su interior – quizás en añoranza por la que ya no existe en estaciones de ferrocarril o terminales aeroportuarias. Añadamos en Burgos la claridad del programa de mano que escuetamente nos guía por el interior de claustros y naves, así como de las señales de identificación en cada una de las capillas, casi todas visitables. Todo se encuentra sorprendentemente blanco, de una caliza impoluta, alejada de aquellas piedras grises y negruzcas que pueblan los recuerdos de nuestra adolescencia viajera. Solo un “pero”, ni coro ni altar pudimos visitar, ya que se estaba preparando una ceremonia para esa misma tarde. El paso de los años quizás nos permite recrearnos en los detalles. Y el arte quizás es un conjunto de detalles que pasan inadvertidos bajo la apariencia de un conjunto homogéneo. En esta grata visita, junto a nuestro primo Jose Antonio, pudimos detenernos en las pinturas de la Capilla de San Juan de Sahagún y en la magnífica exposición de “El Greco en la catedral”, bonita iniciativa - de mejor catálogo, donde brillan con luz propia algunas de las obras de quizás el pintor más original del siglo XVI.
El Monasterio de San Juan es un convento en ruina del que queda parte de los paramentos de la iglesia, con la torre bien conservada, así como el claustro y la sala capitular, que actualmente es marco incomparable para celebraciones. Allí asistimos al enlace de Patricia y Oscar bajo una de las nueve bóvedas se cruzan nervios de pulcra cantería. La ceremonia no pudo tener mejor marco y el actual jardín, aunque minimalista en la vegetación, distiende a los invitados en las simpáticas fotos familiares. Logramos algunas fotos sorpresa, que no han quedado nada mal, ya que los novios – jóvenes y guapos – propician el resultado de las instantáneas. De ahí nos dirigimos al hotel Velada que se halla en el solar de un palacio de finales del siglo XVIII que conserva la fachada a la calle Fernán González, además del cierre posterior y paramentos de un pequeño jardín, que se mantienen en uno de los salones del conjunto hotelero, donde celebramos el epílogo de la ceremonia anterior. También conserva varios arcos de ladrillos de poco espesor. Un lugar muy agradable y situado en pleno centro de la ciudad, ahora de tráfico compartido y de aceras peatonales, sobre todo en las calles que rodean la Plaza Mayor. Buenas joyerías, algunas tabernas donde aún no ha llegado la madrileña costumbre del aperitivo gratis total, y animación, mucha animación, además de otras tiendas que definitivamente nos hablan de la voluntad de los burgaleses de conservar su rico patrimonio urbano, huyendo por el momento de otros modelos comerciales. Estos también existen, pero al parecer no han podido sustituir el espléndido centro de la ciudad castellana.
El Monasterio de Santa María Real de las Huelgas era uno de esos lugares que nunca habíamos visitado y que tenía especial significación para nosotros. Tenía y tiene, pues tras la visita hemos afirmado el aura de siglos que gravitaba en nuestro intelecto. Seguramente habíamos visto imágenes del conjunto monástico, pero ahora todo es mucho más inmediato y por ello hace tiempo que solo accedemos a la información de la red, de los lugares que pretendemos visitar, para situar el lugar en el mapa correspondiente y si acaso los horarios de apertura. Queremos seguir teniendo sorpresas y que los lugares cargados de años – creo que también les llaman monumentos, parques arqueológicos, museos - se desvelen a cada vuelta de nave, pasillo o estancia.... Comprendemos que ya no podemos visitar estos conjuntos como hace años, donde se paseaba despacio, e incluso invertir el sentido de la visita y hacer las fotos sin prisa y siempre sin flash. Antes las cámaras no tenían flash incorporado, por lo que accedíamos con el diafragma muy abierto, o con película de alta sensibilidad. El flash incorporado es uno de los símbolos de este siglo XXI. ¿porque en los espectáculos de masas nadie se ocupa de desconectar el flash de sus cámaras?. Es curioso ver las decenas de miles de destellos que se derrochan en cada uno de esas concentraciones. Lo mismo que ocurre en estos recintos históricos, donde tras las reiteradas desobediencias de los “turistas de flash fácil“ se ha optado por impedir el uso de cámaras fotográficas. Mientras, saboreábamos la luz de media mañana entre las columnas del claustro antiguo.
Sorprende lo arropado que aparece el monasterio por el pequeño núcleo urbano que lo separa del río. Además el conjunto de espacios construidos y espacios intermedios se halla bastante “indemne”, por lo que cada desplazamiento entre edificios se realiza a través de espacios ordenados y delimitados y no como en otros conjuntos monásticos, donde apenas quedan restos de iglesia y claustro. La iglesia, tan peculiar, con el muro de separación entre naves y cabecera – crucero, pero conservando los rasgos de las iglesias monásticas del siglo XIII. Y el área claustral, con la “gloria” bajo el suelo, roble puro del siglo XVI, y el panteón real de la Corona de Castilla, con los hoy desnudos sepulcros, que en forma y cromía recuerdan los sarcófagos de la Bética, aunque sin la decoración en relieve de estos. Por cierto, el intenso frío mantenía compacto el grupo de visita y en silencio, ¿ o es que el silencio era signo de respeto ante el conjunto monástico ?. Con toda probabilidad el grupo, en su mayoría de jóvenes, aprovechaba el fin de semana en Burgos para visitar con todo respeto el monasterio y sobre todo, sin los habituales comentarios sobre el clero medieval...  ¿Será que hay mucho más interés en este tipo de lugares históricos ?, muy posiblemente y seria una buena línea de investigación. El colofón es una de las capillas, de arquitectura mudéjar, o quizás parte de un conjunto de baños, que nos recuerda el sur del Duero, el mismo Tajo en la propia Toledo. La cúpula, los huecos, los paramentos, todo nos recuerda la mejor edilicia de Al-Andalus. Otra de las capillas cercanas, donde se guarda al efigie que mediante un mecanismo armaba caballero al propio rey, presentaba una armadura en el techo soberbia, y sobre todo, con la coloración bastante intacta y unas paredes sin revocar, en este funesto estilo “hostelero” que nos asola desde hace décadas y que no tiene visus de batirse en retirada. Otro día hablaremos de estas paredes desnudas. Las Huelgas nos ha sorprendido por lo homogéneo del monasterio, las reformas sobre los claustros, los suelos de guijarros de apenas medio siglo, los escudos de las abadesas del siglo XIX...todo un conjunto monástico conservado en su posible carácter primigenio.
En definitiva una de las capitales castellanas que ha sabido guardar el paisaje edilicio y quizás lo que es mas importante, la voluntad de los habitantes que hace posible acercarse a una ciudad donde el patrimonio histórico no es un conjunto de manzanas de piedra más o menos conservada, sino que se imbrica en el devenir diario de Burgos.