Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

miércoles, 8 de junio de 2011

La Torre de Babel


Una luminosa mañana vienesa - hace un par de años - subimos las escaleras del Kunsthistoriche Museum. Apoteosis de mármol en la rotonda que acoge las minúsculas mesas del restaurante, que unas horas después nos sorprendería con magníficas ensaladas y apropiados segundos, aunque siempre dentro de la “serenísima” gastronomía centroeuropea. De la tienda del museo, mejor no hablar, pues hubiéramos arrasado con postales, posters, juegos…, y con media librería, si no hubiera sido por el omnipresente idioma alemán de las magníficas ediciones. Una de las plantas acoge una colección de vasos áticos, que solo por el proyecto expositivo, en enormes vitrinas de estantes traslúcidos, merece detenerse un buen rato. Además, como el Louvre (al menos hace unos años), puede fotografiarse lo que se desee, excepto naturalmente con trípode y flash, por lo que armados con una sencilla reflex Sony de tipo compacto (que trabaja la luz de los interiores como ninguna) nos dedicamos a plasmar detalles de algunos de los cuadros que nos deparara la planta alta.
Y aquí surge otra apoteosis, en pintura italiana y de los países bajos sobre todo, otro Prado con los mismos orígenes, en la colección de la monarquía austriaca. Varios retratos del mejor aposentador que la Corte tuviera nunca, Diego Velázquez, dan fe de ello y una de las mejores pinturas de niños de todas las épocas, el retrato del príncipe Felipe Próspero, inteligente mirada de los infantes de los Austrias. En una de las salas centrales, una copista tiene desplegada un lienzo en el suelo sobre la que un amplio caballete muestra la tela réplica. Un cono truncado se eleva hacia un cielo de un azul eléctrico (por qué se aplicará este adjetivo al azul…). Horadado de ventanas, circundado de pasarelas, rodeado en su base de toda una amalgama de personajes variopintos, la Torre de Babel se eleva inconclusa, en un futuro ciertamente incierto.
Siempre tuvimos predilección por la pintura flamenca. En las visitas de adolescente al Prado, siempre terminábamos en una angosta sala, que si mal no recordamos estaba en la esquina noroeste del rotundo edificio de Villanueva. El Jardín de las Delicias siempre nos sorprendía con un personaje nuevo, desde la serenidad del Paraíso al abigarramiento infernal, que debe estar atestado a juzgar por los pinceles del inmortal pintor. Después posábamos nuestra mirada en el Carro de Heno, otro tríptico alegórico de impecable factura, para continuar con las tentaciones de San Antonio, singular lienzo entre el universo detallista que enseñoreaba toda la sala. En otras ocasiones, por mor de las rutinarias excursiones del colegio y las visitas de familiares a los que acompañábamos al monasterio escurialense, nos deteníamos en esos otros escasos boscos también atesorados por el Monarca Prudente. La verdad es que no recordábamos que la Torre de Babel de Pieter Brueghel se hallaba en este magnífico museo vienés y la verdad es que pasamos un rato muy agradable contemplando el cuadro.
Alguien, si es que alguien lee esto algún día, puede preguntarse que tienen que ver estas líneas con la Arqueología. Cada día somos más conscientes que no podemos interpretar ni contar lo que excavamos (en la pura praxis arqueológica) sin ahondar en el arte de todas épocas y bajo todas sus variedades. La arquitectura se nos puede presentar como esencial, pues en muchas ocasiones – como recogían algunos autores en sus textos – somos “desveladores de arquitecturas extintas” y el registro en forma de estructuras es fundamental en el trabajo que realizamos. Pero conocer siglos completos de la historia de Europa a partir de la fuente inigualable cual es la pintura es un ejercicio que siempre nos subyugó, a pesar de la poca didáctica y quizás pocos conocimientos de los profesores de historia del Arte, que nos persiguieron al menos tres cursos en el colegio y otros tantos en la universidad.
Por ello en esta mañana vienesa encontrarnos frente a frente a la Torre de Babel nos hizo rememorar de golpe las ideas, las hipótesis y en suma las incertidumbres que las “arquitecturas extintas” nos suscitan desde hace una década. La propia construcción inconclusa, los colores de las fábricas arquitectónicas, las minúsculas casitas que se integran en los paramentos cuajados de arcos y balcones, nos hizo recordar que lo más cerca que hemos estado de la base de una torre similar es la ciudadela de Alepo en Siria. No creemos que Brueghel conociera Alepo, pero es indiscutible que la idea de Babel viajó desde oriente hasta el corazón de Europa.

domingo, 5 de junio de 2011

Carta a Lorenzo Silva

Estimado Sr. Silva, 
En primer lugar he de confesar que no conozco el universo de la literatura española actual, por lo que Lorenzo Silva quizás era uno de los nombres que asociábamos a la literatura, pero que no conocíamos en detalle. En nuestro caso, quizás nos avergüence confesarlo, dejamos de interesarnos en el día a día de la literatura cuando decidimos "no ser escritor" y elegir otros estudios (en nuestro caso la Historia). Guardamos una carpeta de adolescente, donde plasmamos al final de los años setenta nuestro particular universo que se desarrollaba entre paseos, visitas a exposiciones y cañas en la Cervecería de Correos.
Pero el objeto de este mensaje es agradecerle el descubrimiento de un libro como del Rif a Yebala. No se exactamente como, pero estaba terminando de leer la reciente biografía de Abd-El Krim, y supongo que en alguna búsqueda de las que hacemos ahora (que lejos la sala de ficheros de la Biblioteca Nacional...) encontré la referencia de sus libros e inmediatamente pedí el citado además de “El nombre de los nuestros”. 
Mi interés por el norte de África es bastante similar al suyo, por lo que he podido conocer de su biografía. Nací en Melilla hace casi medio siglo y mi abuelo, que murió unos años después, fue militar del regimiento de Ceriñola 42, del que conservo además de algunos libros, su máquina de escribir y un par de diplomas de las condecoraciones de aquella Guerra de Marruecos. También conservo el recuerdo de aquella casa melillense de la calle Ibáñez Martín y de mi abuela Lola, que vivió sus últimos años con nosotros. Precisamente en esos años de niñez mi familia se trasladó a Tetuán, donde entre los cinco y los doce, discurrieron aquellos primeros años de tan feliz recuerdo. Ceuta, Xauen, Tánger, Larache fueron los lugares más frecuentes y más esporádicos, Fez, Rabat, Casablanca y Mequinés (como siempre le llamamos). En 1972 llegué a Madrid, donde continúo, a veces a mi pesar.
No he de extenderme en alabanzas, ya que la impecable exposición y la claridad del texto habla por si solo, sino expresar la hondura en el recuerdo y la emoción de algunos pasajes. Tampoco he evitado derramar alguna lágrima en el pasaje en el que deposita la tierra de Madrid sobre el sepulcro de su abuelo. Como puede comprobar no he concluido aún la lectura, pero no me he resistido a expresarle mi gratitud. 
Quizás no son tiempos fáciles, pero hallar literatura como la que se desprende de sus páginas es un aliciente en la idea que quizás no está todo perdido. 
Gracias y afectuosos saludos de, 

José Martínez Peñarroya