Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

domingo, 5 de junio de 2011

Carta a Lorenzo Silva

Estimado Sr. Silva, 
En primer lugar he de confesar que no conozco el universo de la literatura española actual, por lo que Lorenzo Silva quizás era uno de los nombres que asociábamos a la literatura, pero que no conocíamos en detalle. En nuestro caso, quizás nos avergüence confesarlo, dejamos de interesarnos en el día a día de la literatura cuando decidimos "no ser escritor" y elegir otros estudios (en nuestro caso la Historia). Guardamos una carpeta de adolescente, donde plasmamos al final de los años setenta nuestro particular universo que se desarrollaba entre paseos, visitas a exposiciones y cañas en la Cervecería de Correos.
Pero el objeto de este mensaje es agradecerle el descubrimiento de un libro como del Rif a Yebala. No se exactamente como, pero estaba terminando de leer la reciente biografía de Abd-El Krim, y supongo que en alguna búsqueda de las que hacemos ahora (que lejos la sala de ficheros de la Biblioteca Nacional...) encontré la referencia de sus libros e inmediatamente pedí el citado además de “El nombre de los nuestros”. 
Mi interés por el norte de África es bastante similar al suyo, por lo que he podido conocer de su biografía. Nací en Melilla hace casi medio siglo y mi abuelo, que murió unos años después, fue militar del regimiento de Ceriñola 42, del que conservo además de algunos libros, su máquina de escribir y un par de diplomas de las condecoraciones de aquella Guerra de Marruecos. También conservo el recuerdo de aquella casa melillense de la calle Ibáñez Martín y de mi abuela Lola, que vivió sus últimos años con nosotros. Precisamente en esos años de niñez mi familia se trasladó a Tetuán, donde entre los cinco y los doce, discurrieron aquellos primeros años de tan feliz recuerdo. Ceuta, Xauen, Tánger, Larache fueron los lugares más frecuentes y más esporádicos, Fez, Rabat, Casablanca y Mequinés (como siempre le llamamos). En 1972 llegué a Madrid, donde continúo, a veces a mi pesar.
No he de extenderme en alabanzas, ya que la impecable exposición y la claridad del texto habla por si solo, sino expresar la hondura en el recuerdo y la emoción de algunos pasajes. Tampoco he evitado derramar alguna lágrima en el pasaje en el que deposita la tierra de Madrid sobre el sepulcro de su abuelo. Como puede comprobar no he concluido aún la lectura, pero no me he resistido a expresarle mi gratitud. 
Quizás no son tiempos fáciles, pero hallar literatura como la que se desprende de sus páginas es un aliciente en la idea que quizás no está todo perdido. 
Gracias y afectuosos saludos de, 

José Martínez Peñarroya

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