Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

jueves, 8 de diciembre de 2011

Ruinas


Siempre nos atrajeron las ruinas, la decadencia de la arquitectura nos llamó poderosamente la atención, incluso antes de dedicarnos a desentrañar la ruina cubierta de arena, de indagar en la ruina sobre la cota cero. Incluso sin que medie proyecto de trabajo alguno, no nos resistimos a detener el vehículo en cualquier camino o límite de cualquier pueblo o lugar y adentrarnos aunque sea cinco minutos entre los muñones que antes muros fueron, el enjambre de los palos de la cubierta vencidos y el silencio, siempre hay silencio en esos lugares. Apenas un par de docenas de fotografías y la despedida del lugar al que casi con toda seguridad jamás volveré a pisar. Así quizás un centenar de lugares, de los cuales atesoro hojas de diapositivas, muchos de los cuales ya habrán sucumbido al paso de estas tres décadas, desde que iniciara este periplo.
Las ruinas nos presentan la edilicia desnuda con los huecos como cuencas vacías, despojados de carpinterías y herrajes, casi siempre sin los revocos y los enlucidos que ocultan las fábricas a lo largo de los siglos. Se muestran así como maestras del hacer de los alarifes, de la costumbre del cobijo en los paisajes que nos circundan, aunque a veces hurten su cronología en la sencillez de sus líneas y soluciones y quedemos pergeñando hipótesis en el aire, mientras seguimos apretando el botón que libera el obturador de nuestra cámara fotográfica. Pero no siempre la ruina es manifiesta, la ruina urbana es mucho más efímera, sustituida en los ciclos en los que el ladrillo se halla sobredimensionado o en los que simplemente las ordenanzas municipales conminan a hacerlas desaparecer por pulcras tapias o suerte de alambradas modulares que ocultan con rollos de rafia plástica los tristes solares en que quedan convertidas.
El campo, como casi siempre es otro mundo y este es el hogar natural de la ruina ibérica. Cortijos desmembrados, casetas de peones camineros, ermitas que perdieron a los feligreses hace centurias, alguna factoría que se resiste a sucumbir, como antes lo hizo la sociedad mercantil que la mantenía y la maquinaria que la poblaba. Y aquí es donde hemos tenido nuestras mejores visitas, nuestros ratos de ocio entre pueblo y pueblo, fruto de la casualidad y de acopiar esta memoria en nuestra “arqueología colateral” que narramos desde hace algún tiempo. Siempre hay algunos lugares que dejan más vívido el recuerdo. Entre 1990 y 1993 tuvimos ocasión de residir algunos meses de cada año entre Coria del Río y Villafranca y los Palacios, provincia de Sevilla. Allí la marisma nos regalaba, no solo los imponentes cortijos de olivar, entrevistos a la entrada de las explotaciones agrarias en pleno rendimiento y muy lejos de la ruina que glosamos hoy, sino también con una suerte variada de edificios otrora blancos, que salpicaban las estelas del verde llano y primavera. Entre todos recordamos una plaza de tientas, con su sistema de callejones para obligar a las reses a pisar el albero ya desaparecido. Aunque relativamente bien conservada, aparecía solitaria y desangelada, aun pintada en mucho de sus paramentos del granate que acompaña a los ruedos taurinos, aquí de sólida fábrica. A sus pies, la marisma aparecía franca y hermosa, espejeando a lo lejos.
Hace apenas un par de meses tuvimos ocasión de visitar una antigua factoría de generación de energía eléctrica junto al cauce del río Tajo, en el sureste madrileño. Sus trazas parecían corresponder a inicios del siglo XX y conservaba parte de los generadores, así como casi toda la cubierta y paramentos. En entorno aparecía bastante limpio, solo salpicado por las terreras de las partes desprendidas de la fábrica original. Silencio como en todos estos lugares, silencioso también el río en estos tramos madrileños. No hemos tenido ocasión de contrastar otro tipo de información sobre el lugar, excepto la observación directa de esta hoy ruina, ayer pequeña fábrica de energía eléctrica, pero no cabe duda que en su momento fue indispensable en el desarrollo de estos términos municipales. Hoy, quizás por ser el último visitado, lo citamos en esta bitácora. 
Las ruinas salpican los paisajes y nos ofrecen un panorama de las épocas que tuvieron mayor desarrollo en cada uno de esos lienzos en que hoy se han convertido los paisajes a través de las ventanillas de nuestros vehículos.

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