Hace un par de días, coincidiendo con el punto álgido de las
temperaturas de este verano, viajaba de Guadalajara a Puebla de Almenara
(Cuenca). Tras ascender y cruzar los páramos de la Alcarria, la aguja del
indicador de temperatura de nuestro vehículo de trabajo se puso al rojo, quizás
también por el peso de los fragmentos cerámicos recién recuperados en la actuación
arqueológica que realizamos. Nada más pasar Pastrana advertimos en un alto el
imponente conjunto de un conjunto monástico y un par de indicaciones “Hospedería
Real de Pastrana”. La perspectiva del descanso para vehículo y conductor nos
hizo tomar la desviación a la derecha y
ascender un par de kilómetros hasta la entrada. Apenas dos coches aparcados y
un solo lugar a la sombra, suficiente para aparcar y tomar nuestra cámara
fotográfica.
El amplio compás o espacio que precede a las iglesias conventuales se había trazado
al norte del enorme edificio conventual. La el extremo suroeste de la fachada
del templo, sin duda carmelitano por la disposición de huecos y espadaña, se
adosaba al noreste del convento en el que había una sola puerta cerrada y un
pequeño cartel de una compañía de alarmas. Tras unas cuantas fotografías llegué
hasta la iglesia. Me acordé de los cuarenta grados cabales en el germánico
termómetro de la furgoneta y la idea del café con hielo me espoleó a acercarme
al lateral de la fachada en el que se apreciaba una hornacina con una carta de
restaurante y la puerta, al fin ¡!, del mismo. El calor se hizo insoportable en
mis sienes al leer el escueto papel tras el cristal de la puerta: Cerrado por
reformas…
Solamente otros dos carteles nos llamaron la atención en la
fachada de la iglesia. En uno se anunciaba Museos Franciscanos Teresiano de
Ciencias Naturales y en otro una somera y bastante mal redactada reseña del
edificio, donde se explicaba como había sido Casa General de la Orden Carmelita
y posteriormente convento franciscano, tras el hiatus de la desamortización
decimonónica. Terminé el carrete digital - aunque parezca mentira seguimos
haciendo unas cuarenta fotografías de los edificios que nos interesan, el
antiguo carrete de 36 – y seguí viaje al sur.
Por la noche acudía la oráculo googleiano para saber algo más de la
Hospedería Real de Pastrana. No hizo
falta leer completas las reseñas de los sufridos viajeros que si habían
encontrado abierto el establecimiento…
Y en este punto la reflexión
que se deriva de la anécdota del frustado café con hielo. Nos
vanagloriamos de nuestro sector turístico y hotelero, de la cantidad y calidad
de los establecimientos, de la abundancia y magnificiencia de nuestros monumentos
histórico-artísticos… Debe ser que siempre voy al sitio equivocado. No creo que
las Órdenes conventuales y los arquitectos del Siglo de Oro promovieran y
trazaran algunos de los conjuntos edilicios más importantes de Europa para que
quedaran de almoneda de muebles viejos trasmutados en hoteles de mala cocina y
peor talante de sus responsables y empleados.
En los momentos que vivimos es hora también de poner orden
en el “todo vale” sobre los edificios que constituyen nuestro Patrimonio
Arquitectónico. El reventar los enlucidos y los seculares revocos (Cuartel del
Conde Duque de Madrid), solar de hormigón los últimos restos de jardines
históricos (Parador del Castillo de Oropesa, Toledo), desventrar tabiques,
forjados y bajocubiertas (Colegio de Gramáticos de Cuerva…) por citar solo tres
ejemplos de los muchos que podríamos traer a estas líneas, debe meditarse con
cautela antes de ejecutarse. Y por supuesto abandonar muchos proyectos de
convertir nuestro rico patrimonio edilicio en un cubil de hoteleros y
empresarios sin escrúpulos que han vivido al socaire de la subvención y la
impunidad ofrecida por entidades financieras y administraciones autonómicas y
locales.
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