Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

sábado, 11 de agosto de 2012

De Casa General de la Orden del Carmelo a hospedería cuestionada…


Hace un par de días, coincidiendo con el punto álgido de las temperaturas de este verano, viajaba de Guadalajara a Puebla de Almenara (Cuenca). Tras ascender y cruzar los páramos de la Alcarria, la aguja del indicador de temperatura de nuestro vehículo de trabajo se puso al rojo, quizás también por el peso de los fragmentos cerámicos recién recuperados en la actuación arqueológica que realizamos. Nada más pasar Pastrana advertimos en un alto el imponente conjunto de un conjunto monástico y un par de indicaciones “Hospedería Real de Pastrana”. La perspectiva del descanso para vehículo y conductor nos hizo tomar la desviación  a la derecha y ascender un par de kilómetros hasta la entrada. Apenas dos coches aparcados y un solo lugar a la sombra, suficiente para aparcar y tomar nuestra cámara fotográfica.

El amplio compás o espacio que precede  a las iglesias conventuales se había trazado al norte del enorme edificio conventual. La el extremo suroeste de la fachada del templo, sin duda carmelitano por la disposición de huecos y espadaña, se adosaba al noreste del convento en el que había una sola puerta cerrada y un pequeño cartel de una compañía de alarmas. Tras unas cuantas fotografías llegué hasta la iglesia. Me acordé de los cuarenta grados cabales en el germánico termómetro de la furgoneta y la idea del café con hielo me espoleó a acercarme al lateral de la fachada en el que se apreciaba una hornacina con una carta de restaurante y la puerta, al fin ¡!, del mismo. El calor se hizo insoportable en mis sienes al leer el escueto papel tras el cristal de la puerta: Cerrado por reformas…

Solamente otros dos carteles nos llamaron la atención en la fachada de la iglesia. En uno se anunciaba Museos Franciscanos Teresiano de Ciencias Naturales y en otro una somera y bastante mal redactada reseña del edificio, donde se explicaba como había sido Casa General de la Orden Carmelita y posteriormente convento franciscano, tras el hiatus de la desamortización decimonónica. Terminé el carrete digital - aunque parezca mentira seguimos haciendo unas cuarenta fotografías de los edificios que nos interesan, el antiguo carrete de 36 – y seguí viaje al sur.  Por la noche acudía la oráculo googleiano para saber algo más de la Hospedería Real de Pastrana.  No hizo falta leer completas las reseñas de los sufridos viajeros que si habían encontrado abierto el establecimiento…

Y en este punto la reflexión  que se deriva de la anécdota del frustado café con hielo. Nos vanagloriamos de nuestro sector turístico y hotelero, de la cantidad y calidad de los establecimientos, de la abundancia y magnificiencia de nuestros monumentos histórico-artísticos… Debe ser que siempre voy al sitio equivocado. No creo que las Órdenes conventuales y los arquitectos del Siglo de Oro promovieran y trazaran algunos de los conjuntos edilicios más importantes de Europa para que quedaran de almoneda de muebles viejos trasmutados en hoteles de mala cocina y peor talante de sus responsables y empleados.

En los momentos que vivimos es hora también de poner orden en el “todo vale” sobre los edificios que constituyen nuestro Patrimonio Arquitectónico. El reventar los enlucidos y los seculares revocos (Cuartel del Conde Duque de Madrid), solar de hormigón los últimos restos de jardines históricos (Parador del Castillo de Oropesa, Toledo), desventrar tabiques, forjados y bajocubiertas (Colegio de Gramáticos de Cuerva…) por citar solo tres ejemplos de los muchos que podríamos traer a estas líneas, debe meditarse con cautela antes de ejecutarse. Y por supuesto abandonar muchos proyectos de convertir nuestro rico patrimonio edilicio en un cubil de hoteleros y empresarios sin escrúpulos que han vivido al socaire de la subvención y la impunidad ofrecida por entidades financieras y administraciones autonómicas y locales.

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