Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

lunes, 6 de agosto de 2012

Treinta de Trescientos


Dicho así, un diez por ciento no es mucho, pero cuando son años y además parte de los propios, la mirada atrás casi nos da vértigo. Los trescientos son más, son todos los años que han pasado desde que se fundara la Biblioteca Nacional española, en los corredores de la Casa del Tesoro, al oriente del Alcázar de Madrid.

El lector habrá entendido que quien esto escribe lleva treinta años visitando regularmente la Biblioteca Nacional. Al principio y aún antes de abandonar el Colegio de Santa María del Pilar, obtuvimos nuestro primer carnet, el de la Biblioteca Circulante, que a la sazón oficiaba como madre de todas las bibliotecas municipales. Mas tarde, cuando iniciamos primero de Geografía e Historia, accedimos primero a la Sala Universitaria, donde además de las futuras colegas que estudiaban con amplio despliegue de papel y bolígrafos, se alineaban los libros manuales de cada una de la carreras que entonces se impartían. Pero el verdadero Santa Sanctorum era la sala de los ficheros que ocupaba toda la planta baja y donde - no exagero- había centenares de archivadores de madera que contenía cada uno centenares de fichas. Y allí se iniciaba la andadura de cualquier estudio, trabajo o investigación de debíamos emprender. Durante tardes enteras del catálogo de temas nos remitíamos al catálogo de autores y al final desembocábamos en el mostrador de peticiones con un mazo de fichas de color rosa cumplimentadas - las mismas que básicamente se siguen usando. Los diligentes funcionarios ponían en nuestras manos - como máximo de tres en tres - los libros que habíamos indagado horas antes. Una vez adjudicado pupitre en el Salón General, nos transportábamos a siglo y medio antes, prácticamente intacto desde la inauguración del edificio que se halla sobre el solar del antiguo convento de los Agustinos Recoletos.

En este tiempo la revolución digital, de la que aún no tenemos la suficiente perspectiva para valorar como ha supuesto cambios tan notables como fue el Neolítico o el desarrollo de la tracción mecánica aplicada al transporte, ha hecho desaparecer los ficheros y ahora accedemos a los varios millones de documentos que atesora desde el mismo teclado con el que componemos estas páginas. Un salto de tres siglos en tres décadas en una institución que vertebra una parte muy importante de España, de su lengua y su cultura, desde el original de Mio Cid al número de hoy de cualquier periódico diario, que quedará para siempre entre los centenares de kilómetros de anaqueles.

Podríamos escribir horas y horas sobre los días pasados entre los muros de la docta institución. De la primera cafetería con aquellos botellines de Cruzcampo tan baratos, de cuando se incorporaron los fondos de la Hemeroteca Nacional, de la época en la que se tuvo conciencia de robos de fondos y la Guardia Civil patrullaba en parejas por la Sala General y el cañón de los subfusiles quedaba a la altura de la cabeza de los lectores.. A mediados del mes de junio me llamó la atención el número elevado de pupitres vacantes, con lo cómodos que son ahora. Pensé que quizás había terminado el curso universitario, que los fondos digitales cada día son más abundantes, que quizás ya no hay tantas becas como antes y se nos priva del crisol de razas y nacionalidades que siempre han sido los pasillos de la Casa, incluso antes que el crisol fueran las calles de nuestra ciudad... Pero me preocupa que se lea mucho menos los fondos del XIX, del XX y que solo se atienda a los en muchas ocasiones chabacanos esquemas y refritos que pueblan la Red. Y esto sería el principio del fin de los libros, no del impreso en papel, sino de la misma idea de libros, cuando pensemos que ya todo está escrito. El principio de nuestro fin.

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