Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Córdoba, tendiendo puentes




Siempre hemos de volver a Córdoba y cruzar sus puentes. Esta mañana,cuando salíamos del garaje del hotel, he recordado que la calle de la Feria era en otros tiempos una de la más "anchas" de la Córdoba de los califas. Hace un par de décadas las calles eran las mismas, pero nuestro automóvil era "lo menos que se despachaba" por entonces. Hoy día, hemos de cuidarnos en que dirección circulamos o corremos el riesgo de dejar nuestra "firma" en las angostas vías de la judería cordobesa. Y al final de la calle de la Feria nos hemos dado el gusto de cruzar el puente, tenido dos milenios entre la vega y la ciudad, entre los olivos y las almazaras...

En este viaje hemos estado muy cerca de Plaza Gonzalo de Ayora, donde tuvimos ocasión de dirigir la excavación arqueológica en el solar de su número siete, con cinco mil metros cúbicos salpicados desde cerámicas campanieneses del siglo I a.C. hasta los brocales de los pozos del XII d.C., pasando por casas almohades, califales e hispanorromanas, en las que por cierto quedaron restos de un par de mosaicos que hoy duermen en el depósito del Museo Arqueológico Provincial. Pero en esta ocasión no hemos vuelto a Córdoba por el patrimonio arqueológico que la ciudad atesora, sino para asistir al I Congreso Internacional del Aceite de Oliva Virgen Extra, que ha tenido como marco el magnífico salón de actos de la Excma. Diputación Provincial, muy cerca de la citada Plaza Gonzalo de Ayora.

En dos intensos e inolvidables días hemos podido vivir la experiencia de la "puesta de largo" de la Asociación Internacional QvExtra!. El grupo de productores del Aceite de Oliva Virgen Extra que pretende simplemente que cuando abramos una botella de este auténtico zumo de aceituna, exclamemos ¡Que Virgen Extra!. Detrás de esta espontánea exclamación se parapeta un siglo de evolución de la tecnología oleícola hacia la actual excelencia y un par de décadas de perfeccionamiento de la olivicultura que ha situado en primera línea el cultivo, la selección, la molturación y la difusión de los mejores aceites de oliva Virgen Extra del mundo. 

Hace un cuarto de siglo, cuando los coches eran pequeños y las calles cordobesas las mismas que ahora yo vivía en Almedinilla, en la Subbética en pleno palimpsesto cultivado, parafraseando a Jose Ramón Guzmán Álvarez, en donde en el interior de las almazaras vagaba un vapor áspero procedente de la prensa de los capachos de esparto de los que manaba el hilillo del aceite caliente y oscuro. Solo una de las cooperativas - Olibrácana – contaba ya con batidoras, decantadores y centrifugas. Allí volví al consumo habitual de Aceite de Oliva Virgen, en la época en que había sido erradicado bajo prescripción médica por la diverticulosis intestinal que padecía mi padre....aunque a mí, Almedinilla, además de darme otras muchas cosas que algún día relataré, me reconcilió con el aceite de oliva.

Quince años después también fue un puente el que unió a los que firmamos estas líneas, aunque hoy sea yo, Pepe, el que cuente sus recuerdos. A raíz de compartir un proyecto de investigación arqueológica en el Puente de Murel (Guadalajara) nos conocimos y menos de dos años después entré a formar parte de la familia que desde hace siglo y medio cultiva y selecciona aceitunas de las campiñas del sur de la provincia de Cuenca y las moltura en la almazara familiar en la que también confian casi cinco mil olivicultores de la Mancha conquense. Aceites Almenara es hoy una de las marcas de Aceite de Oliva Virgen Extra (AOVE) de las casi cuatro decenas de productores que se agrupan en QvExtra!, que nos había convocado en Córdoba con el objetivo “ de la promoción internacinal del AOVE, como elemento integrador de la dieta mediterránea” bajo las premisas del AOVE como garantía de calidad, AOVE y salud y compromiso con el consumidor.

Únicamente nos resta agradecer a Soledad, Pilar, Álvaro y Manuel - cabezas y motores de esta aventura ya consolidada - el habernos proporcionado estas jornadas en el marco inigualable de la ciudad que lleva más de dos milenios tendiendo puentes.

domingo, 16 de junio de 2013

Úbeda




Cuando se ha doblado la bisagra del medio siglo, quedan menos paisajes inéditos y el viaje nos desembarca en lugares atesorados en décadas previas. Ayer volvimos a Úbeda desde la Carolina. La estribación sur de la Sierra Morena troca encina por olivo y desde la cornisa de Vilches el valle del Guadalimar se alfombra de pardos pies coronados de verde mate. En la cota inferior, el río retenido en embalse espejea en la tórrida tarde de junio.

Al inicio de la Corredera de San Fernando varios taxistas conversan fuera de sus vehículos. Nos indican amablemente como aproximarnos, evitando el dédalo peatonal, al hotel María de Molina, en la plaza del Ayuntamiento. Cuando llegamos descubrimos que pared con pared del hotel, la legendaria estirpe alfarera ubetense de los “Titos”, tienen abierto un verdadero santuario de cerámica vidriada con el verde intenso, sello de identidad de la casa. El fundador, Juan Martínez Villacañas “Tito”, es uno de los alfareros que destacan en la segunda mitad del siglo XX, junto con Punter en Teruel, Sanguino en Toledo, Pedro Mercedes en Cuenca, Ruiz de Luna en Talavera, Lario en Lorca y Mezquita en Andújar. Alfareros con nombre y apellidos, que con mayor o menor continuidad y en ocasiones acierto, mantienen una artesanía adaptada a un presente más decorativo que utilitario.

Pero volvemos a las calles de Úbeda, a la misma Corredera de San Fernando, donde ahora andando, llegamos al Centro de Interpretación Olivar y Aceite de la Comarca de la Loma de Úbeda. Allí asistimos a la presentación del libro ““El Sector de Elaboración de Aceite de Oliva: un Estudio Multidisciplinar” a cargo del Centro Internacional de Excelencia para Aceite de Oliva de GEA Westfalia Separator Ibérica, S.A. y la Asociación Olivar y Aceite Comarca de La Loma. Desde inicios del presente 2013 estamos desarrollando un proyecto de dinamizacion y didáctica para el Museo del Aceite de Puebla de Almenara (Cuenca) y la convocatoria era ineludible para nosotros, ya que no es frecuente la publicación de textos donde se aúnan artículos sobre oleocultura y actualidad almazarera, con otros que recuperan el pasado de las explotaciones e industrias de la Andalucía de siglos recientes.

Presentó el acto D. José Luis Romera Vizcaíno, presidente de la mencionada asociación ubetense, quien cedió la palabra a D. Juan Vilar Hernández, Consejero Delegado de GEA Westfalia Separator Ibérica, S.A. y a D. Rafael Cárdenas García, Director General del Centro Internacional de Excelencia para Aceite de Oliva, integrado en la anterior firma. Nos sorprendió y agradó considerablemente la apuesta por la excelencia y el conocimiento que impulsa GEA, ya que además de ser una de las mayores empresas en maquinaria para la extracción del zumo de la aceituna a nivel global, también dedica parte de tiempo y recursos en propiciar proyectos de investigación y publicaciones como la que se presenta en el evento. A continuación, nos resultaron muy interesantes y esclarecedoras las palabras de los profesores D. Manuel Moya Vilar y D. Vicente Gallego Simón, de las universidades de Jaén e Internacional de Andalucía, una de cuyas sedes se halla en la cercana Baeza. Concluyo el acto el Dr. D. Manuel Parras Rosa, Rector Magnifico de la Universidad de Jaén que en una acertada alocución esbozó el panorama actual de la oleocultura andaluza en una tierra global, donde casi medio centenar de paises son ya productores de aceite de oliva.

Tras la visita al Centro de Interpretación, de reciente apertura en la antigua “Casa de la Tercia”, espacio de mas de un millar de metros cuadrados, recuperado a la entrada del casco histórico de la ciudad declara Patrimonio Cultural de la Humanidad, tuvimos ocasión de asistir a un vino español ofrecido por nuestros anfitriones. En este momento, que se desarrolló en el patio donde se exponen aperos y maquinaria relacionadas con la oleocultura histórica, pudimos departir amigablemente con D. José Luis Romera Vizcaíno,  verdadero impulsor de esta iniciativa que tiene visos de convertirse en referencia fundamental del oleoturismo y necesario ámbito de estudio, reflexión y debate sobre este fundamental sector de la economía andaluza. Tambien saludamos a la gerente del centro de interpretacion, Dña. Soledad Román Herrera a quien felicitamos por el inicio de la andadura del proyecto, asi como por la esplendida realidad del mismo, espejo en el que habran de mirarse futuras iniciativas similares.

Ya en las calles del interior de la Úbeda amurallada volvimos a quedar sobrecogidos por la sinfonía de la caliza cuadriculada en ocres sillares, Renacimiento del norte de Sierra Morena, acrisolado con los mejores maestros y alarifes del Reino de Jaén. Pero no solo el espectáculo de la luz y la sombra de las cornisas, de las rejas, de los balcones, de los parteluces, sino del reverbero de la cal en las calles estrechas en contraposición a la umbría intuida en los rincones más alejados, donde aleros, portones y postigos ventaneros, trazan las líneas de fuga de una perspectiva forjada en medio milenio.

A la mañana siguiente hemos de partir rápidos, apenas detenernos para admirar como los centenarios olivos llegan casi a los pies de la muralla, como un pacífico ejército de inmóviles soldados. Debemos volver a Puebla de Almenara, pues tenemos una importante reunión enmarcada en el proyecto didáctico y museográfico. No obstante volvemos por otro camino... Sabiote, Navas de San Juan, Arquillos y de nuevo la cornisa de Vilches, viajando en un verdadero túnel verde que apenas deja una línea de cielo azul sobre nuestras cabezas. Creemos que este es el primer retorno, de una larga serie, a una tierra de la que tenemos aún mucho que aprender.



lunes, 1 de abril de 2013

Segunda epístola a Jorge Bustos


Un signo más del tiempo de mudanza en el que vivimos es la evaporización de la crónica diaria de Jorge Bustos. Empresarios que no llegan a fin de mes escamotean el sueldo a sus trabajadores y además pretenden que todo continúe igual. La ausencia de la crónica prácticamente ha coincidido con la suspensión de nuestra suscripción al diario por un cambio de domiciliación de cuenta bancaria, al parecer no admitida por las rígidas normas de la administración gaceteril. Y no lo siento, pues no podemos apoyar a quienes quizás se estén alejando del ideario que proclaman y que compartíamos.

Ya expresamos en una primera epístola en esta misma tribuna nuestro afecto literario por un escritor que además de joven, posee no solo una sólida formación, sino una expresión poco usual en estos tiempos, ya que igual nos sumerge en su día a día o nos eleva a los cielos de Bernini y Borromini. Ambos ejercicios resueltos con el mismo interés para el lector, que al fin y a la postre anda ávido de buena literatura contemporánea y ha de desbrozar la jungla de juntaletras criminógrafos, historiógrafos, hagíografos, pornógrafos y demás sacamantecas de lo negro sobre blanco.

Sirva pues esta segunda misiva como nota de ánimo a una persona que sinceramente no creemos que merezca el cáliz que tiene delante en la actualidad. No se si comentamos anteriormente que precisamente fue Jorge Bustos quien nos abrió, indirectamente, las puertas de las hoy denominadas “redes sociales”. Deseosos de conocer otros textos del escritor y al reclamo del escueto “@jorgebustos1” colofón a sus crónicas, nos decidimos a adentrarnos en Twitter, tras a nuestra vez haber evitado cuidadosamente el Facebook, tan superficial y el Tuenti, en el que nuestros sobrinos han reinado a razón de sus pocos años y sus muchos amigos. Ahora, más de medio centenar de personas se han interesado en algún momento por la crónica de nuestros desvelos con el Patrimonio Histórico y sobre todo con los clientes que no pagan a @castrvm, además de intercambiar algunos saludos con el propio Sr. Bustos, quien atentamente responde a un humilde lector.

Ha sido a través de estas redes sociales donde hemos conocido el trance que vive. Ayer nos alegramos con el torrente de ciber-seguidores que expresaban su alegría por los nuevos horizontes que van abriéndose. También a través de esta red conocemos los textos que publica en otros ciber-magazines a los que ya nos vamos aficionando. No obstante lamentamos de igual manera que al parecer también “han evaporado” el magnífico programa radiofónico “Albertos hasta el amanecer” conducido por otro joven de valía, Alberto Lardíes.

Desde hace treinta años, los mismos que atesora Jorge Bustos, asistimos a la caída en picado del conocimiento y al ascenso de la información. Esta misma información es la que ahora permite que conozcan este texto al instante que termino de escribirlo, pero no olvidemos nunca que la información es el medio y el conocimiento es el fin. Cansados de banalidad, cada día nos alejamos más de la cinematografía donde impera la misma industria que en la literatura contemporánea, donde se nos impone tanta basura, que encontrar un buen libro o una buena película es ya una tarea encomendada a nuestro olfato de “hemisecular”. Por cierto, también fue en las redes sociales donde tuve ocasión de conocer a alguien que sabe mucho de literatura basura, Gonzalo Garrido, y a cuya ópera prima dedicamos también en su día un par de textos.

En síntesis y para concluir, ánimo Sr. Bustos, que el tiempo y el toro pone a cada uno en su sitio. El toro lo hace de inmediato. El tiempo se toma a si mismo, a veces más de lo que desearíamos, pero con la perspectiva de unos años, al menos a nosotros, siempre nos queda la sensación que no hemos engrosado nuestras cuentas bancarias aunque seguimos siendo felices.

jueves, 28 de febrero de 2013

La telegrafía óptica en España. Las torres del Ramal de Cuenca



La Torre de Abia de la Obispalía, hace una década

La telegrafía óptica en España de desarrolló hacia mediados del siglo XIX, con antecedentes en otros lugares, Francia y Gran Bretaña principalmente. Nacida para usos militares, realmente no tuvo una amplia implantación Y aquí en España además fue empleada para las comunicaciones de la Casa Real. Precisamente la línea Tarancón - Cuenca de la que nos ocupamos en las líneas que siguen fue instalada para comunicar entre la corte y el Duque de Riansares, marido de la Reina Madre y que, conquense, pasaba temporadas en la provincia. 

La permanencia del servicio en todas las líneas fue de diez años, frente al medio centenar de años en Francia. El nacimiento oficial de la telegrafía eléctrica, que sustituyó a la óptica, fue en 1855, perdurando hasta 1857, momento en el que se abandonan las últimas torres, aunque en Francia ya se había evolucionado hacia la eléctrica. En España tuvo intentos anteriores, prácticamente desde finales del siglo XVIII por parte de Betancurt, Hurtado, Lereña y Santa Cruz. No obstante, el impulso definitivo de la puesta en marcha de las líneas se produjo durante los gobiernos del general Narvaez (mayo 1844 a abril 1846 y octubre de 1847 a enero de 1851) siendo su creador y mantenedor Jose María Mathé Aragua. 

La primera línea que se establece es la de Madrid - Irún, siendo la segunda la que unía Madrid y Valencia El sistema se basaba en la existencia de una serie de torres en las que se colocaba un dispositivo de señales óptica en su parte superior. En cada una residía un torrero que trasmitía, mediante un código cifrado, los mensajes que recibía hasta la siguiente torre. Cada torre se concebía como un verdadero fortín, ya que en el momento se vivía bastante inseguridad, así como estar situadas muchas en lugares desolados e inhóspitos. Sirva de ejemplo el incendio en 1854 de la torre de Valverde de Júcar, nº 16 de la línea de Barcelona. La separación entre las mismas era entre 2 y 3 leguas. 

La tercera línea que se establece es la de Madrid a San Fernando, con 59 torres y que se termina en 1853, aunque el tramo de Madrid - Puertollano ya existía desde 1850. La primera línea Madrid - Irún o línea de Castilla tenía 52 torres y funcionaba desde octubre de 1846. La proyectada línea hacia Barcelona solo función plenamente hasta Valencia con un total de 30 torres y entra en funcionamiento a finales de 1849. Partiendo de esta línea de Valencia se construye el ramal de Cuenca, en 1850, con 8 torres: 

- La Mendoza, cabecera de línea - Val de Gonzalo en Villanueva de los Escuderos 

- Collado Rubio en Abia de la Obispalía - Cabeza Quemada en Abia de la Obispalía 

- Horcajada de la Torre - Torrejoncillo - Carrascosa del Campo - Sierra del Pavo en 

Uclés y Tarancón, torre 10 de la línea de Valencia. 

En 1855 se suprime el ramal y se abandonan las torres, aunque anteriormente se pensó acortar el ramal de Cuenca enlazando con la torre nº 15 o 16 de la línea general, pero el avance de la telegrafía eléctrica no propició esta reforma. 

OLIVE ROIG, S. (1990): Historia de la Telegraña Optica en España. Ministerio de Transporte, Turismo y comunicaciones. Madrid. 101 pág. 

domingo, 6 de enero de 2013

Abila, Calpe, Marbella



No, no hemos errado al escribir el nombre de la castellana ciudad amurallada, ni citamos a la villa que acoge al conocido Peñón de Ifach alicantino. Estamos más al sur, en el amplio seno que describe la embocadura norte del Estrecho en su vertiente Mediterránea. Si, en Marbella. Se nos desvela la villa hace ahora algo más de una década, cuando se unen los destinos de los que esto escriben y comienzan las visitas de una forma más regular, un par de veces al año. En los tiempos de la odisea andaluza habíamos pasado alguna vez por aquí, pero solamente habíamos visitado los restos de la villa hispanorromana  de San Pedro de Alcántara. Aún hoy cuando decimos que vamos a pasar unos días en Marbella, nuestras palabras son acogidas con un rictus que denota una mezcla de desprecio y de envidia. Naturalmente ninguno de nuestros interlocutores ha estado en Marbella recientemente y seguramente ni conoce la ciudad. Y es que la leyenda, como en las villas del lejano Oeste norteamericano, apareja un sinfín de tópicos y lugares comunes. Naturalmente que circulan maseratis, ferraris y bentleys por sus calles, pero la Marbella de las urbanizaciones, de los clubs selectos y en definitiva de mucho más de leyenda que de realidad no es la Marbella que vivimos y disfrutamos un par de veces al año. 
Para empezar Marbella tiene uno de los mejores paseos marítimos que conocemos, sino el mejor. Partiendo del Puerto Deportivo, tan bien integrado en la propia estructura de la ciudad, podemos pasear hacia poniente o levante. En el primero de los sentidos discurriremos entre restaurantes, algunos bares, el faro, además de tiendas y un complejo de ocio en el que destacan los cines. Más adelante llegamos a un puente sobre un arroyo que desagua en el mar y que una vez traspasado podemos seguir caminando sobre un cuidado albero, entre el mar y los jardines de las villas que se sitúan en este punto del  término. Si escogemos caminar hacia levante, en dirección a  Málaga, podemos disfrutar de un entorno mucho más tranquilo, salpicado solo por unos cuantos chiringuitos muy remodelados, hasta llegar a las inmediaciones del Puerto de Pescadores y su barriada anexa, donde por cierto existe un precioso mural, como no podía ser de otra forma, de la Virgen del Carmen.
Pero no todo es mar, sino que podemos dividir nuestros pasos entre la calle Ricardo Soriano y aledaños, de interesantes comercios y el casco histórico, que resume la esencia de la Marbella que fue en su día. Hace mas de la década que visitamos la villa escribimos unas páginas sobre la historia marbellí, porque ya entonces nos había llamado la atención la escasez de textos bien sistematizados sobre este interesante tema. Hoy día seguimos prácticamente igual, pues aunque la literatura de carácter local se ha visto incrementada, no existe un texto que articule de una manera científica el pasado de estos paisajes.  El viajero puede desde conocer los restos de una de las murallas de más interés de estas tierras, hasta las casas de hermandad de las distintas cofradías que tienen su sede en el casco histórico – Nazareno, La Pollinica, Cristo del Amor -, pasando por la majestuosa iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. No podemos olvidar los edificios civiles de la Plaza de los Naranjos, cuales son el propio Ayuntamiento y la Casa del Gobernador, así como el propio conjunto urbano donde destacan edificios como la sede del actual Museo del Grabado, y la casa -  palacio cercano y en proceso de restauración y el antiguo Hospital de San Juan, sede hoy también de dependencias municipales. Como colofón a esta visita hemos de ascender por la calle Ancha, espléndido ejemplo de ensanche dieciochesco, entre cuidados hoteles, tiendas y restaurantes hasta la plaza de San Francisco y llegar hasta la iglesia epónima, en estos días también bajo obras de rehabilitación. Un centro histórico muy vivo, muy visitado y mantiene unas señas de identidad – entre la conservación y la adaptación – que lo hacen muy atractivo y recomendable en su visita. 
Un lugar para el descanso, o incluso para planear visitas al entorno inmediato, entre Tarifa y Málaga capital, en la costa y hasta Ronda e incluso Antequera, hacia el interior, gracias a la nueva autopista AP-46 que nos acerca a esta última villa y a su magnífico y singular conjunto megalítico. Y precisamente en uno de los paseos que el descanso que estos días pasados nos ha deparado, captamos la imagen que encabeza estas líneas. Las Columnas de Hércules, Abila  y Calpe, el finis terrae y puerta del Mediterráneo, recortadas en un día de especial visibilidad. Sin duda un espectáculo que nos retrotrae a otras épocas míticas de nuestra historia, de los días en los que las naves de oriente surcaban estas costas y en la que los habitantes de aquel Tarteso primigenio, ya comerciaban con las mercaderías llegadas tras muchas jornadas de navegación. Costas de entonces, Marbella de hoy, a la que siempre volvemos con una sonrisa en los labios. 

martes, 1 de enero de 2013

Ronda, cuarenta años después.




Confesar que en cuarenta años no se ha pisado Ronda, es un ejercicio de humildad muy aconsejable para empezar un año nuevo. En la etapa noventera y andaluza de la que algún día rendiré cuenta en estas páginas, recuerdo haber atravesado la ciudad camino de Algeciras, tanto en tren como en automóvil, pero ni siquiera un alto para un café. Imperdonable.

Hace más de cuarenta años estuve en Ronda en un viaje de Fiat Seiscientos y densa niebla, lo más aconsejable para encarar el medio centenar de kilómetros que separan la villa de la costa de Málaga. Mi padre siempre contaba como nos adelantó un Mercedes y que con la camaradería ya perdida, que reinaba en las carreteras de aquellos tiempos, el conductor se ofreció a guiar a esta familia pedida en la niebla. Los faros del coche precedente fueron aquel día las retinas del pequeño utilitario, que a pesar de llevar las bombillas de color amarillo, según la normativa francesa obligatoria en Marruecos – donde residíamos y matriculamos el seiscientos - no eran suficientes para rasgar la espesa cortina. Solo recuerdo entre el manto blanco y espeso a una pareja de guardias civiles a caballo, uno de los equinos tan albo que apenas se distinguía morro, ojos y cascos del entorno. Embozados en sus capotes los guardias volvían a Ronda, pues nosotros además viajábamos hacia la costa, como muy bien me recordó mi madre cuando hablé con ella desde el restaurante antes de iniciar el regreso a Marbella, con aquel viaje aún presente. Literalmente me dijo,” cuidado que los precipicios quedan a la derecha según salís de Ronda”, y eso sin “gepeeses”  sino con la impronta que deja el miedo aún décadas después.

Hace unos días el clima era espléndido y según se asciende de San Pedro de Alcántara, se advierte que la carretera es ancha y bien señalizada. Además hasta los motoristas respetan los espacios vedados al adelantamiento, aunque una vez realizado aquel con todas las garantías de éxito se entreguen a la orgia de curvas y velocidad, que la verdad debe ser muy gratificante, para el que le guste. Una vez alcanzada las máximas cotas de la sierra, nos adentramos en unos kilómetros más o menos llanos, hasta que divisamos la mancha blanca de Ronda, en un extremo del valle y al borde del tajo, como si quisiera despegar de la campiña verde. La villa debe ser de las pocas que aún presenta obras en sus carreteras de acceso y recibe al visitante con un par de rotondas aún en mantillas. Una vez atravesado un ensanche, típico producto “mediados del siglo XX” llegamos al inicio de una avenida, donde ¡Oh grata sorpresa¡, se nos aparece un aparcamiento subterráneo, que una vez franqueado, además resulta ser amplio, nuevo y como comprobamos casi cinco horas más tarde, con un precio realmente competitivo. Definitivamente nos da la sensación que en Ronda saben hacer bien las cosas y no nos reciben como en otros lugares (que creo ya hemos reseñado en estas páginas) donde lo único que ofrecen es un descampado casi en las afueras. Y luego quieren recibir turismo !!!.

Iniciamos el descenso por la Carrera Espinel por pura orientación intuitiva, buscando la parte antigua. Esta calle concentra buena parte del comercio de la villa, siendo un verdadero centro comercial lineal y muy agradable, eficaz alternativa al modelo de lugar de compras tan anodino, repetido y vulgar que tanto se ha prodigado en esta nefasta década inicial del presente siglo. Podemos admirar algunas tiendas alojadas en magníficos ejemplos de casas señoriales del siglo XIX, aunque la mayoría de este tipo de viviendas ya han desparecido de la calle. Al fin aparece la silueta emblemática de la Maestranza, a la que nos dirigimos atolondrados en una suerte de peregrinación laica. Y en tropel hasta el ruedo, arropados por los burladeros pintados de un gris antiguo y por las decenas de columnas toscanas que nos abrazan… Y los dos museos, impecables. Nos detenemos más en la armería y la guarnicionería, siempre interesante admirar las sillas de montar orientales e incluso las de amazona, incomprensibles en su uso para profanos. En el picadero están dando cuerda a un magnífico ejemplar tordo que al resoplar parece que va a levantar la cubierta del amplio recinto… Otro, sin embargo, dormita al sol en un corral anexo y apenas levanta la cabeza cuando le chistamos desde el  piso superior que permite ver corrales, chiqueros y parte del desolladero.

Aranjuez, Sevilla, Ronda… son hitos de la arquitectura taurómaca dieciochesca y como tal admiramos estos cosos que tantas tardes de gloria han brindado en un cuarto de milenio. Y de ahí  por el Puente Nuevo – con un preceptivo alto previo en la oficina de información turística y rescatar el mapa de la ciudad de las manos de la amable señorita, que intenta, como en todas las oficinas de turismo, señalar con un bolígrafo Bic donde estamos – hacia el casco antiguo. Se nos desvela limpio, ordenado, claro en su comprensión, entre muralla a oriente, calle principal y pequeño barrio al occidente del amplio espacio que delimitan Ayuntamiento y Colegiata. Además descubrimos a medio camino el alminar de la antigua iglesia de San Sebastián, pequeña joya de los últimos tiempos de la arquitectura islámica rondeña. Tras pasar por alguna tienda de cerámica – aquí aún se mantienen un par de ellas porque no ha desembarcado el grueso del modelo de tienda de recuerdos globalizada, perceptible desde Santiago a Cartagena, pasando como no por Toledo – accedemos a la Colegiata.

El edificio sorprende en su exterior, con la torre mudéjar, la balconada recayente a la plaza, los paramentos del crucero al exterior que quedan sin concluir y cuyo espacio cierran un par de portadas, renacentistas donde las halla. Nos acaban endilgando la audioguía, aunque logramos que solo nos den una, para aminorar el peso en la visita, de cuatro euros la entrada. Detrás de nosotros, un par de parejas de nuestra edad declina el acceso al conocer la tarifa… y pensamos que así no podemos edificar una sociedad del ocio en este siglo XXI. Nos sorprende, en el mismo lugar de acceso los restos del arco del mirhab de la mezquita sobre la que se edifica el templo tardogótico en sus pies y renacentista en su cabecera. Interrogamos sobre la posibilidad de obtener alguna fotografía y somos casi obligados a realizarlas, lo que nos sigue reafirmando en la idea que en Ronda, en cuestión turística, saben hacer las cosas. Del interior sorprende como resuelven crucero y altar del templo renacentista, definiendo un espacio de seis bóvedas que parten de dos espectaculares columnas de capiteles y molduras, también espectaculares. Audacia renacentista no siempre bien ponderada, frente a la artesanía localista y repetitiva del románico-gótico. Y es que, hasta en historia de la arquitectura, las ideas innovadoras del renacimiento – barroco, han sido desechadas por el análisis impuesto por el nefasto siglo XIX, del que casi todos siguen aún cautivos.

Y de la Colegiata a comer, estupendamente y a muy buen precio. Después hacia las murallas y por el Puente Viejo y la puerta de Felipe V, a desandar el camino hacia el aparcamiento, pasando por algunas de las escasas parroquias que tiene la villa – Nuestro Padre Jesús y Santa Cecilia – y después de admirar el original templete de la Virgen de los Dolores. En suma una corta jornada en Ronda, que merece pernoctar en alguno de los pequeños hotelitos que salen al paso del viajero, entre las cuidadas calles de otra urbe castellana al sur del sur.